Problemas de Ansiedad
Aquí van los más frecuentes:
¿Sentiste que te ibas a morir pero aquí estás, leyendo esto? Ahí lo tienes, has sobrevivido a un ataque de pánico.
Si alguna vez te invadió un miedo desproporcionado a la situación (sí, esa que objetivamente no era para tanto), pensaste que ibas a perder el control, desmayarte o salir corriendo como si te persiguiera un león… Has sufrido lo que se conoce como ataques de pánico. Y, por si fuera poco, puede que en medio del caos te haya pasado por la cabeza el pensamiento de «me voy a morir». La verdad es que no es peligroso y no te vas a morir, pero se siente como si sí.
Todo ocurre en tiempo récord. Entre 2 – 10 minutos puedes pasar de estar tranquilo/a a sentir que el mundo se desmorona a tu alrededor. Intenso y desagradable, así es su carta de presentación.
¿Por qué pasa esto?
Tu cerebro asocia ciertos lugares o situaciones con peligro, aunque no tengan nada de peligroso ¿El resultado? Empiezas a evitar esos lugares como si fueran zonas de guerra. Pero no, ya hemos dicho que evitar no es la solución. Es parte del problema.
¿La buena noticia?
Eso es justo lo que vamos a trabajar. Porque huir no arregla nada, pero entender qué está pasando en tu cabeza, sí.
¿Sabes que tu miedo es irracional? Genial. Pero sigue ahí, ¿verdad?
Tú lo sabes, tus amigos te lo repiten, tu familia ya ni se molesta en mencionarlo… pero el miedo sigue pegado a ti como ese compañero de trabajo que no entiende lo que es el espacio personal. Pero ahí sigue, precisamente por esa característica suya de ser irracional.
Cuando sospechas que eso que temes puede aparecer, tu mente se pone en modo alarma nuclear. Hipervigilante, alerta máxima, como si estuvieras en medio de una jungla y no en, no sé, un ascensor. Tu cerebro entra en modo supervivencia, aunque la única amenaza real sea tu propia imaginación desbocada.
¿La trampa?
Las fobias no siempre arruinan tu día a día. Puedes esquivar el problema: no subes al avión, no miras por el balcón, no te acercas al perro del vecino… Y así, vas tirando. Sabes que podrías trabajar en ello, pero piensas: «meh, puedo vivir con esto». Hasta que un día no puedes. Porque esos miedos no se van solos, solo esperan su momento para aparecer.
¿La parte buena?
Si has llegado hasta aquí, supongo que ya estás listo/a para dejar de esquivar el tema. No te preocupes, no vamos a lanzarte de cabeza a lo que temes. Aquí el único salto al vacío es metafórico. Vamos a trabajar esos miedos de forma progresiva, a tu ritmo para que no sufras en el proceso, sin dramas innecesarios. Tú decides hasta dónde llegamos.
¿Miedo a que te juzguen? Tranquilo/a, no eres el único en este club
de «qué pensarán de mí«.
Si te entran los sudores fríos cada vez que tienes que hablar en público,
conocer gente nueva o simplemente pedir un café sin parecer un robot averiado…
Bienvenido/a.
Temes cualquier situación donde alguien pueda juzgarte, evaluarte o, peor aún, mirarte raro. Y sí, la sola idea de interactuar con otros te hace sentir como si estuvieras en un reality show donde todos votan tu eliminación.
Pero, atención: No hay nada malo en ti. No eres un bicho raro ni la única persona que se siente así. Tu cabeza sólo está haciendo una fiesta de ansiedad sin haberte pedido permiso.
¿La diferencia?
Aquí vamos a entender de dónde viene ese miedo (todo tiene su sentido) y, lo
más importante, vamos a aprender a manejarlo. No se trata de cambiar tu personalidad y ser otra persona que no te representa, pero sí de que no te paralice cada vez que tengas que abrir la boca.
¿Revives una y otra vez algo que ya pasó? Aquí está el modo Repetición Infinita de tu cerebro.
Puede que hayas pasado por una experiencia tan estresante que tu mente decidió grabarla en alta definición y ponerla en bucle cuando menos te lo esperas. Ni siquiera tienes que haberlo vivido en primera persona; con ser testigo ya es suficiente para que tu cerebro diga: “Esto no lo olvidamos jamás”.
¿Cómo se siente esto?
- Flashbacks que aparecen sin pedir permiso.
- Evitar todo lo que te recuerde al evento como si fuera una plaga.
- Y esa alerta constante que te hace sentir como si el peligro estuviera a la vuelta de la esquina, aunque solo estés en la cola del supermercado.
¿Por qué pasa esto?
Tu mente cree que este estado de alerta 24/7 te protege, como si revivir el trauma evitara que vuelva a suceder para evitar que vuelvas a sufrir como lo hiciste. Pero como habrás podido comprobar ya, no lo evita, solo te agota.
¿La solución?
No vamos a apagar la alarma de golpe ni forzar nada. Esto va de ir poco a poco, entendiendo qué está pasando con esa memoria traumática y dándole luz sin que te sientas atrapado en la oscuridad.
¿Compulsiones? El arte de calmarse… hasta que dejan de calmar.
Las compulsiones son como esos trucos baratos que tu mente usa para callar
las obsesiones «¿Tocar la manija de la puerta tres veces? Listo, ya no pasará nada malo.» Suena absurdo, lo sé. Y lo peor es que tú también lo sabes. Pero ahí estás, atrapado en ese ciclo de obsesión → compulsión → alivio temporal → vuelta a empezar.
El problema no es que tengas un ritual raro o dos. El problema es cuando
esos rituales empiezan a invadir tu vida como anuncios de YouTube: inesperados, molestos y difíciles de evitar.
¿Y saber que son irracionales ayuda?
Ojalá. Saber que tus obsesiones son absurdas o irracionales no te calman. Al contrario, puede hacer empeorar la situación. Pero identificar qué está pasando y qué compulsiones están detrás es el primer paso para recuperar el control.
¿La buena noticia?
Esto no va de lanzarte de cabeza al vacío. Vamos a trabajar progresivamente.
Tú marcas el ritmo y decides hasta dónde llegar. Aquí no hay prisas, pero sí
resultados.
¿Preocupado/a por TODO y por NADA al mismo tiempo? Bienvenido al maravilloso mundo de la ansiedad generalizada.
Si vives con esa sensación de preocupación constante, como si tu mente fuera un noticiero de catástrofes que nunca se apaga, ya sabes de lo que hablo. No necesitas un motivo concreto para estar estresado/a, porque tu cerebro es capaz de encontrar uno en cualquier momento.
¿Te suena algo de esto?
- Irascible por cualquier cosa.
- Pensamientos que no se callan ni bajo el agua.
- Fatiga que ni diez cafés solucionan (si has probado esto, quizás en la cafeína esté el problema).
- Dificultad para dormir porque, claro, tu mente decide que las 3 a.m. es la hora perfecta para repasar cada «¿y si…?» posible.
«¿Y si sale mal?»
«¿Y si me quedo sin trabajo?»
«¿Y si me estoy volviendo loco/a por preocuparme tanto?»
Estas preocupaciones llevan a una búsqueda continua de soluciones que llevan a otras preocupaciones (rumiación). Y lo mejor: cuando no tienes nada de qué preocuparte, te preocupas por eso mismo «¿cómo que estoy tranquilo/a? Algo raro pasa». Porque claro, preocuparte te hace sentir que estás preparado/a, aunque el 99% de esas cosas nunca pasarán.
¿El resultado?
Un cóctel de ansiedad que no solo te revienta la mente “¿me estoy volviendo loco/a?”, sino también el cuerpo: insomnio, dolores musculares, problemas digestivos, taquicardia, temblores… Vamos, un pack completo.
¿La solución?
No, no vamos a apagar la ansiedad de un día para otro (ojalá fuera tan fácil). Pero sí vamos a entender qué está pasando, aceptarla, aprender a escucharla sin que te grite en la cara y, poco a poco, bajarle el volumen para poder disfrutar de tu vida de nuevo.